Trasfondo

Abril de 1982. Atlántico Sur. Un submarino de combate patrulla a ciegas las profundidades de un mar helado. 35 hombres se desplazan guiados solamente por los sonidos que pueden decodificar, cuando los instrumentos de navegación se lo permiten. Nada está funcionando como debería: un motor obsoleto y otros tres a punto del colapso. Un radar que funciona aleatoriamente y el control de tiro que enfrenta desperfectos sucesivos. La comunicación con el Comando Central es casi inexistente y las órdenes llegan a cuentagotas. De vez en cuando se enteran de algún episodio que los ayuda a reencauzar la misión asignada cuando logran sintonizar una AM uruguaya.

La guerra en clave de espera. El tiempo suspendido. La costa de las islas a través de la lente del periscopio. La batalla inminente. Tres torpedos que no aciertan en el blanco y se pierden sin detonar. Un destructor enemigo que los ubica de inmediato. Bombas de profundidad que al explotar sacuden violentamente las entrañas de la nave. Ametralladoras de helicópteros disparando sus ráfagas contra el casco metálico. El oxígeno que se acaba.

35 hombres en guerra se enfrentan a su propia precariedad y a una de las flotas más poderosas del mundo. No ven, ni saben lo que está pasando afuera, ni arriba. Avanzan como en un barco fantasma envuelto en su nube de niebla, siguiendo un poco el instinto, un poco a la deriva.

TRASFONDO es una película de guerra. Una guerra absurda y perversa. La guerra de Malvinas. Y la historia de la guerra es, necesariamente, la historia de un soldado. SORIA. Un soldado que aunque esté en el lugar de los hechos, no entiende lo que está sucediendo y por qué está luchando.